Elisabeth Smidt de Ortíz Echagüe presentó en el salón de la planta alta de la Confitería La Capital de Santa Rosa el año 1973, su libro titulado “El Santo de los Montes”.
Estuve presente en ese acto. La acompañaron sus hijos Carmen y Federico, quien ofició de presentador del acto, aunque no recuerdo si alguién más, aparte de la escritora, dijo algunas palabras alusivas.
El libro está dedicado a la Provincia de La Pampa y la autora aclara que los personajes y lugares citados en el mismo son ficción. Pero antes que esta advertencia en la solapa se puede leer “Desde chica he querido a la naturaleza, la música, los libros; hice versos a los diecisiete años; empecé a escribir libros también en holandés a los veintisiete; tengo cuatro publicados en ese idioma…”
El libro está escrito citando muchos lugares, costumbres y personajes que están estrechamente vinculados con los contenidos identitarios de nuestra región. Contiene un solo poema de la autora, que me ha parecido oportuno hacerlo conocer para ustedes.
FLORES DE NAVIDAD
Elisabeth Smidt de Ortíz Echagüe (1)
Pocas veces en La Pampa he visto
los florecidos montes como este fin de año:
como si quisieran festejar de Cristo
el nacimiento, con un encanto extraño.
Los colores lila, rosa y amarillo
entre verde, cubren la fecunda tierra,
que hace poco parecía un desierto,
desde el boscoso valle, hasta la sierra.
Una vez más la lluvia, ¡oh! Bendición del cielo,
ha operado el milagro de hacer brotar
la abandonada semilla en cantidades increíbles,
y la sequía hizo olvidar.
Pero más milagro es el “tabaquillo” blanco,
alta planta de múltiples florecitas cual estrellas,
que abren, cuando el sol se pone, detrás de un banco
de nubes que se pintan de armonías bellas,
o en un cielo puro y rosado. Es en las sombras
de los árboles y arbustos, que se abren primero
y poco a poco, miles y miles de ellas,
lucen en el crepúsculo severo.
Cuando ya todo lo demás del campo
ha quedado somnoliento y apagado,
entonces es cuando el glorioso y claro blanco
del “tabaquillo” regala al monte su encanto,
encanto, que es como un encantamiento,
preparado para Navidad especialmente,
pues la noche vive y se regocija,
para festejar de Cristo el Nacimiento.
los florecidos montes como este fin de año:
como si quisieran festejar de Cristo
el nacimiento, con un encanto extraño.
Los colores lila, rosa y amarillo
entre verde, cubren la fecunda tierra,
que hace poco parecía un desierto,
desde el boscoso valle, hasta la sierra.
Una vez más la lluvia, ¡oh! Bendición del cielo,
ha operado el milagro de hacer brotar
la abandonada semilla en cantidades increíbles,
y la sequía hizo olvidar.
Pero más milagro es el “tabaquillo” blanco,
alta planta de múltiples florecitas cual estrellas,
que abren, cuando el sol se pone, detrás de un banco
de nubes que se pintan de armonías bellas,
o en un cielo puro y rosado. Es en las sombras
de los árboles y arbustos, que se abren primero
y poco a poco, miles y miles de ellas,
lucen en el crepúsculo severo.
Cuando ya todo lo demás del campo
ha quedado somnoliento y apagado,
entonces es cuando el glorioso y claro blanco
del “tabaquillo” regala al monte su encanto,
encanto, que es como un encantamiento,
preparado para Navidad especialmente,
pues la noche vive y se regocija,
para festejar de Cristo el Nacimiento.
(1) Elisabeth Smidt, había nacido en Buenos Aires, era hija única del primer Consul holándes nombrado en la Argentina y se había casado con el pintor español Antonio Ortíz Echagüe, con quien se vino a vivir al campo "La Holanda". Allí en el que había sido el refugio del pintor Elisabeth ya viuda, escribirá este libro.
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