El antiguo edificio del Hotel Francés, en la década del sesenta. Demolido posteriormente, para construir la sede de la sucursal del Banco de La Pampa.
Hace más de cincuenta años, en nuestro pueblo natal Victorica, pequeño, retirado de la capital de la provincia a casi 160 kilómetros por caminos de tierra y unido con la Capital Federal por el antiguo Ferrocarril D.F. Sarmiento por la línea que unía Once con Telén, más de seiscientos kilómetros, vivíamos casi aislados.
Aunque la radio, de onda larga de noche y de onda corta de día y los diarios y revistas que nos llegaban eran un puente hacia el país y el mundo. Recordaba días pasados que las radios chilenas de noche eran las que mejor se escuchaban. El tren llegaba tres veces por semana. Los colectivos de Santa Rosa diariamente.
Cuando a veces les contamos a nuestros hijos que en aquella época no había televisión, que no existían las computadoras, que mucho menos las confiterías bailables, que tampoco por supuesto la telefonía móvil y ni siquiera el teléfono fijo, ellos nos preguntan y ¿entonces que hacían? En el caso de las comunicaciones por ejemplo escribíamos cartas, enviábamos postales, telegramas, etc.
En el caso de la música, existían los discos de pasta, después vendrían los de vinilo. En la década del sesenta se pusieron de moda los “combinados” que era un aparato que combinaba un tocadiscos con una radio. Había que tener buena púa y cuidar que los discos no se rayaran.
Para nosotros los muchachos jóvenes, de aquella época, entre los 15 y los 19 años, teníamos que optar por alguna de estas diversiones. A los veinte había que ir al servicio militar, de lo que no estaban obligadas las mujeres. Al que le gustaba el fútbol, los domingos cuando Cochicó jugaba de local, esa era una diversión. Los sábados y domingos el cine, gran atractivo para todos, por supuesto en una sala con asientos de madera y sin ningún desnivel, el sonido regular y la iluminación a media luz.
En verano los clubes Cochicó e Independiente competían por los bailes de las fiestas de fin de año y los carnavales. En invierno los bailes para las fechas patrias solo en Cochicó porque tenía salón cubierto. Pero en el mejor de los casos había baile una vez por mes, sólo hasta las tres de la madrugada.
Después estaban la Confitería y el Club Social, lugares de encuentro para tomar un café, charlar, contar anécdotas, comentar el fútbol, las películas y los chimentos pueblerinos. Además eran lugares donde se jugaba al billar, a las barajas españolas y a los dados. También al poker y otros juegos que fueron llegando: el metegol, el billargol, la villa etc.
También era un divertimento salir a cenar. Aunque las posibilidades no eran muy variadas porque en esa época solo existían el ex Hotel Francés regenteado por los sucesores de Marcos Figueroa, el Hotel “El Cóndor”, que nunca supe de donde salió ese nombre, la pensión Guaycochea y la de Priani.
Nosotros con el "Toto" y el “Flaco” éramos clientes del Hotel Francés. Allí nos reuníamos de vez en cuando, a cenar antes del cine o antes de algún baile. Eran habitué, clientes fijos el “manco” Cuello, el alemán Schwartz y esporádicos Adolfo Ohaco de Pichi Mericó, Ollo de General Pico, Gutiérrez de Mendoza. A ellos se sumaba don Lorenzo Cazaux con sus más de setenta pirulos que había sido uno de los antiguos dueños. Era la historia viviente del pueblo. Conocía la historia personal de todos. Así que uno de sus dichos que quedó para siempre era responder, cuando alguien le preguntaba por alguna persona el respondía “si es un buen muchacho, medio hijo de puta, pero buen muchacho”.
La cocinera en aquella época era la María Flores y el mozo era su hermano, el “Quito”, quien entre plato y plato nos hacía reír con algún cuento lugareño. Además el “Toto” trabajaba en el Juzgado y el “Flaco” en la casa Viniegra y yo en el Club Social, por lo que cada uno agregaba sus propias anécdotas. El “Toto” tenía una facilidad espectacular para la recreación de los sucedidos y de los personajes involucrados a tal punto que a veces nos confundía y no sabíamos si lo que estaba diciendo era verdad o pura fantasía. La cuestión era que nos levantábamos de la sobremesa y rumbo al destino de la noche siempre pasábamos por el Club para ojear el ambiente.
El “Flaco” era repatadura para el baile, en cambio el “Toto” era más acompasado. Yo tenía unos años menos que ellos de modo que muchas veces, mientras el Toto bailaba, con el Flaco nos quedábamos en la mesa tomando algo o cuando ya era tarde volviendo a comer algunos sándwich.
He dicho todo esto para recordar como transcurrían nuestras semanas y nuestros meses de aquella juventud en un pueblito chico “infierno grande”, dice el refrán. Pero también porque hoy me llamó por teléfono el Toto para decirme que el “Flaco”, al que también algunos habían apodado “El Petiso”, contradictoriamente porque de los tres era el más alto de todos, creo que medía más de uno ochenta y cinco, lo ha llamado San Pedro.
Parece que para pedirle cuentas por algunas picardías que hizo por aquellos días y aquellas noches. Hasta que no lo volvamos a encontrar no sabremos como le habrá ido. Aunque conociéndolo como lo conocimos, es casi seguro que habrá desafiado a algún ángel o arcángel a jugar un mus, un truco o un codillo por los cafés.
excelente
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