Esta estupenda foto pertenece a Javier Martín un pampeano,premiado varias veces por la Federación Argentina de Fotografía (FAF). El título de la obra es "Vuelo multicolor"
He tomado conocimiento, a través de la prensa, de la preocupación que tiene una pequeña localidad del sur mendocino que lleva por nombre Cochicó, en cuyos alrededores se llevó a cabo el encontronazo entre los soldados que partieron desde el fuerte Victorica y las huestes del cacique Yancamil en 1882.
He tomado conocimiento, a través de la prensa, de la preocupación que tiene una pequeña localidad del sur mendocino que lleva por nombre Cochicó, en cuyos alrededores se llevó a cabo el encontronazo entre los soldados que partieron desde el fuerte Victorica y las huestes del cacique Yancamil en 1882.
Parece ser que desde hace unos tres años llegó, por aquellos parajes, una bandada de loros barranqueros y les gustó tanto el lugar, que se quedaron a vivir. Eso ha producido un incremento de la población de loros, a punto tal que la bandada ya se ha transformado en un incordio para los lugareños, que no tienen paz para descansar, ni de noche ni de día y algunas familias hasta tienen temor por la suerte de sus hijos, que concurren a la escuela, por la enfermedad que transmiten estos animalejos tan parlanchines (la psitacosis).
Esto ha traído a mi memoria un problema similar que en la década del 50 se produjo en Victorica, con una bandada de loros barranqueros que tenían sus nidos en los enormes eucaliptos que estaban al frente del edificio de la escuela nacional Nº 7, calle por medio con la plaza central que lleva el nombre casualmente de Héroes de Cochicó.
Cada vez que el cura tocaba la campana, a la mañana temprano, para la misa de ocho, los loros levantaban vuelo y con su bullanguera conversación, era imposible que algún vecino del centro pudiese seguir durmiendo. Al caer la oración nuevamente las campanadas y vuelta los loros a emprender el vuelo ritual alrededor del pueblo.
Pero ese era el problema menor, porque la bandada había crecido tanto que sus excrementos estaban sembrados en la vereda de mosaico y en días de lluvia era un peligro no sólo por el impacto de algún excremento, sino por la posibilidad de algún resbalón a causa de esa pasta gelatinosa que cubría la acera de punta a punta.
También los loros producían perjuicios en las pocas quintas que todavía quedaban. Asimismo como en esa época todavía existían varias plantas de moras en las veredas, además de los choclos y los frutales de las quintas, este era un manjar que aprovechaban a toda hora. En las chacras de los alrededores también, en la época del piquillín, la bandada de barranqueros se surtía a gusto.
Cuando el problema de los loros se transformó en una cuestión de seguridad de los vecinos mayores, de salubridad para la población y de estética para las autoridades de la escuela, las autoridades municipales tuvieron que tomar cartas en el asunto.
Comenzaron por la medida de querer espantarlos, igual que en Cochicó, haciéndoles ruido o humo para que se fueran a otro lugar. Pero como los nidos estaban muy alto en los eucaliptus de gran porte que tenían más de setenta años, los loros no se amilanaron.
Fue entonces que se decidió cambiar el método por otro más efectivo. Ponerles cebo tóxico para irlos exterminando de a poco. Pero también los loros lo detectaron y si bien murieron algunos, el resto se anotició y le esquivó el bulto al veneno y por ahí la ligaron los gatos, los chimangos y otros pájaros o las lauchas.
Fue casi el hazmerreír de todo el pueblo que las autoridades municipales habían sido derrotadas por esta bandada de loros barranqueros, en su intento por querer demostrar a los ciudadanos que eran capaces de terminar con esta plaga.
Fue por eso que se decidió aplicar métodos mucho más drásticos. Para eso se le ordenó al Inspector Municipal directamente el extermino de los loros utilizando rifles de aire comprimido con balines de plomo. La lucha que se les declaró a esos loros duró largo tiempo, murieron muchos loros, pero recuerdo que yo me fui de Victorica y todavía algunos loros porfiados seguían viviendo en lo alto de los eucaliptos. La bandada había disminuido, pero el efecto que causaban eran los mismos que cuando eran cientos.
Así que cuando volví varios años después a Victorica, me contaron que finalmente la única forma en que pudieron terminar con el peligro de la bandada de loros barranqueros afincados en los eicaliptus, fue sacando todos los árboles del frente de la escuela. Por supuesto que los niños se quedaron sin esa hermosa sombra que los protegía del sol en el verano y de la Plaza Cochicó desapareció ese aroma especial de la hoja de eucaliptos, pero los loros tuvieron que mudarse, porque se quedaron sin su fortaleza, casi catedrales de estos pájaros, algunos de ellos muy vistosos por cierto, pero que pueden volverse muy molestos y hasta peligrosos para la salud pública.
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