Aquí estoy serio, en el sillón de la abuela Jacinta, al lado de la siempreverde del patio, que me vio llegar tantas veces a la casa familiar de los Cesanelli.Como aún no sabía leer, nuestros juegos iniciales con Coco eran arrimar figuritas a la pared. A veces las sustituíamos por chapitas, provenientes de botellas de cerveza o gaseosa que recolectábamos en los alrededores y aplastadas a martillazos o en la prensa de la mosaiqueria del abuelo Luis cuyo galpón estaba contiguo a la casa de familia.
La diferencia de edad, casi cinco años, se fue haciendo más notoria a medida que pasaban los años. Cuando ingresé a la escuela primaria al primer grado, por la tarde, Coco ya cursaba cuarto en el turno mañana.
Esta fue la modesta casa donde nacimos y viví hasta los dieciocho. Está situada a media cuadra del acceso al hoy Parque Los Pisaderos.La llegada a la escuela nos hizo compartir la payana. Mi mano más pequeña y el brazo más corto, me hacían cometer torpezas por las que siempre terminaba perdiendo. Coco habí conseguido unas piedras, todas del mismo tamaño, diseñadas en mármol blanco pulido, que eran una maravilla.
Yo en cambio solía escarbar en la pila de arena de río del abuelo Luis, para encontrar cinco piedras medio parecidas. Demás está decir que el ruido que hacían las piedras en el piso del corredor donde nos sentábamos a jugar enfadaba y mucho a la Abuela Jacinta y también a María Luisa "Yiya", la hija menor de los Cesanelli, aún soltera, que compartía el hogar.
La casa del hogar de los abuelos maternos, que aún se mantiene intacta tal cual estaba en nuestra infancia. Está situada en la misma manzana que la nuestra a dos cuadras de los hoy desaparecidos médanos de Victorica.Después de los diez años, Coco había aprendido a hacer un licuado casero. Tomaba tres o cuatro huevos, buscaba azúcar de la cocina y también un botellón de vino tinto de la alacena. Lavaba bien una botella de litro y comenzaba por hacer un agujerito en cada punta de los huevos. Yo lo miraba hacer y sólo ayudaba a batir.
El agujero inferior lo apoyaba en el pico de la botella y el superior en su boca por donde soplaba fuertemente hasta que cada huevo se vaciaba completamente de su contenido. Luego de lo cual agregaba unos cinco o seis dedos de vino y a todo eso varias cucharadas de azúcar molida.
Lo que se observa como fondo es el galpón donde funcionaba la mosaiquería La Pampeana del abuelo Luis Cesanelli y que estaba situada a continuación de la casa. Ha sido demolido. Quienes han posado son Trinidad Cesanelli y Marcial Roldán nuestros progenitores.A la abuela Jacinta y tía Yiya mucho no le agradaban nuestras andanzas a la hora de la siesta, porque les interrumpíamos su descanso. El abuelo Luis casi no se enteraba, porque a las 14,30 horas salía todos los días religiosamente rumbo a la obra en construcción, dado que tenía una pequeña empresa con personal a cargo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario