En diciembre de 1951 la editorial argentina EMECE publicó por primera vez “El Principito” una obra literaria perteneciente a la pluma del aviador y escritor de origen francés Antoine de Saint-Exupéry que vivió varios años en la Argentina, siendo Director y aviador de la “Aeroposta Argentina”, el antecedente de la primera línea área de bandera.
El libro se había publicado originalmente en Francia en 1943. Pero esa primera edición se había realizado en los Estados Unidos, en virtud que Francia estaba ocupada por los Nazis en la segunda guerra mundial.
Precisamente el autor Saint-Exupéry desapareció durante esa guerra cuando en 1944 intentaba, volando su avión Lightning, fotografiar las posiciones alemanas, habiendo partido desde la isla de Córcega con rumbo a Grenoble (Francia).
En la edición norteamericana se utilizaron los colores reales con los que Saint-Exupery pintó el personaje, quien fue también el ilustrador de la obra. Pero terminada la guerra, los editores franceses decidieron cambiar los colores originales de modo que el verde agua se transformó en azul, para que coincidiera con los colores de la bandera francesa.
La traducción al español para la edición argentina, la hizo el mismo propietario de la editorial Bonifacio del Carril. Él lo había conocido en un viaje a Francia y había quedado prendado con el texto, por eso encaró la traducción, que según reconoce su mismo hijo está plagada de “argentinismos”.
Comenzando desde el título que en el idioma original es “Le petit Prince” y que talvez un español habría traducido como “pequeño príncipe” o “principillo”.
El libro se había publicado originalmente en Francia en 1943. Pero esa primera edición se había realizado en los Estados Unidos, en virtud que Francia estaba ocupada por los Nazis en la segunda guerra mundial.
Precisamente el autor Saint-Exupéry desapareció durante esa guerra cuando en 1944 intentaba, volando su avión Lightning, fotografiar las posiciones alemanas, habiendo partido desde la isla de Córcega con rumbo a Grenoble (Francia).
En la edición norteamericana se utilizaron los colores reales con los que Saint-Exupery pintó el personaje, quien fue también el ilustrador de la obra. Pero terminada la guerra, los editores franceses decidieron cambiar los colores originales de modo que el verde agua se transformó en azul, para que coincidiera con los colores de la bandera francesa.
La traducción al español para la edición argentina, la hizo el mismo propietario de la editorial Bonifacio del Carril. Él lo había conocido en un viaje a Francia y había quedado prendado con el texto, por eso encaró la traducción, que según reconoce su mismo hijo está plagada de “argentinismos”.
Comenzando desde el título que en el idioma original es “Le petit Prince” y que talvez un español habría traducido como “pequeño príncipe” o “principillo”.
Otra decisión personalísima del traductor es la dedicatoria que en el original dice “persenne grande”, que puede traducirse por adulto, la que él tradujo literalmente como persona grande. Los españoles objetaron el término, cuando a finales de la década del 70 las editoriales argentinas contrataban sus trabajos de reediciones a editoriales españolas por cuestiones de costo.
Cuando llegó la dictadura del denominado “Proceso de Reorganización Nacional”, el libro “El Principito” fue puesto en la lista negra. Recuerdo que la policía solía ir de vez en cuando con las listas a preguntarnos a nuestra Librería “Zenia” en Victorica si teníamos algunos de esos libros. Obviamente nosotros lo negábamos, porque era una librería pequeña, de modo que nos absteníamos de ponerlos en la única vidriera que teníamos.
Otra curiosidad relacionada con el Principito, es el Castillo San Carlos en la ciudad de Concordia, Entre Ríos. Aunque en la actualidad se encuentra en ruinas, vale la pena visitarlo por la mágica historia que encierra.
Este lugar pasó por sucesivas ventas desde 1867 hasta que en 1884 una sociedad representada por franceses firma un convenio en Burdeos, Francia. Dicho convenio determinó el traslado desde París a Concordia de Eduardo Demachy junto con su esposa. Llegados a Concordia adquieren 100 has., y eligen la lomada mas destacada para construir la casona con planos que habían traído de Francia. Se utilizaron para ello materiales traídos de distintos lugares de Europa, como por ej. la madera de los pisos y del revestimiento de las paredes de Alemania y las estufas de mármol de Carrara que vinieron desarmadas de Italia. Contaba también con sistema de iluminación a gas y sistema de agua corriente, es por ello que se le dio el nombre de Castillo o Palacio a la mansión, por sus dimensiones y adelantos para la época en esa zona. Demachy no se ocupó de los negocios y proyectos por los que vino, pero si impulsó una vida social muy importante. Vivieron allí solo tres años y en 1891 regresan a Francia, dejando todo lo de valor en el castillo, tal vez pensando volver en algún momento.
En 1929 la mansión y los terrenos son adquiridos por la Municipalidad de Concordia para luego darla en alquiler, por un contrato de varios años, a la familia francesa Fuchs Balón. Era una familia de gustos exuberantes, tanto así que debido a su atracción por los animales tenían en la casa un zorro del monte, abejas, un mono y serpientes entre otros, a los que previamente habían domesticado para que pudieran habitar en la zona.
Los Fuchs tenían tres hijos, un varón y dos nenas: Edda de 9 años y Susanne de 14, ambas amaban las cabalgatas por lo que salían a recorrer la zona todos los días. Hasta que en uno de esos paseos ven una avioneta que aterriza en un paraje lindero a la casa. El aviador no era ni mas ni menos que Antoine de Saint-Exupéry, quien aún no era escritor y realizaba un vuelo de reconocimiento para delinear la ruta entre Buenos Aires y Asunción del Paraguay que “Aeroposta” le había encomendado. Pasando por allí decidió aterrizar para descansar pero con la mala suerte (o buena suerte... se podría decir) que una de las ruedas se quebró al tocar tierra. Es así que Saint-Exupéry se vincula con la familia Fuchs y se queda en el Castillo hasta que le arreglan la avioneta.
Es allí y con las dos niñas que Saint-Exupéry descubre un mundo nuevo y una visión de las cosas totalmente diferente a la de los niños de la ciudad. Aprendió a valorar cosas, gracias a esas dos princesitas, que hasta ese momento no valoraba. Tanto lo influyó la magia del lugar y el contacto con la casona y la familia que, en 1932, ya de regreso en Francia escribió una nota periodística en una revista de París con un título sugerente: “Las princesitas argentinas”. Es inevitable asociar sus días en San Carlos con el cuento que más tarde lo haría famoso, sin duda un esbozo principesco. Saint-Exupéry volvió varias veces a San Carlos hasta que la familia Fuchs terminó su contrato con la Municipalidad y en 1935 se fueron a vivir a una estancia a donde se trasladaron con todos sus animales.
El resto es la historia de la decadencia del castillo que quedó abandonado y fue saqueado, perdiendo así todo el valor que tenía. Y por si fuera poco un incendio en 1938 lo dejo en las ruinas que hoy pueden verse... pero recordemos que: “lo esencial es invisible a los ojos”
Si les interesa saber mas de la historia del Castillo San Carlos pueden leerlo en este enlace. O si quieren volver a leer online esta maravillosa obra, lo pueden hacer aquí.
Fotos de Jimena B. Roldán
la verdad que me gusta que mi ciudad tenga su historia en una pagina la verdad que muy bueno
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