jueves, 17 de marzo de 2011

OLGA OROZCO 1920-1999

Hechicera de la memoria
La profeta de las arenas
En el seno de la familia conformada por el siciliano Carmelo Gugliota quien había arribado desde su Italia natal a la Argentina, el año 1900 y Cecilia Orozco, una hija de familia criolla distinguida, de la provincia de San Luis, nació una niña, a la que impusieron el nombre de Olga.
La familia por ésa época otoñal del año 1920 convivía en un pueblo del Territorio Nacional de La Pampa Central, designado como Toay, muy cerca de la capital, Santa Rosa.

Su casa paterna, estaba en una quinta de los alrededores del pueblo, en la que su padre, que era el Intendente desde el año 1913, tenía asimismo explotación forestal y un aserradero.
Junto con ellos vivía también la abuela materna, quien contaba cuentos a la niña, la que escuchaba con oídos atentos, por las noches en que el viento pampero silbaba, entre las enormes plantas del jardín y contra la barrera de tamariscos.





A la niña también la deslumbraron los ventarrones que hacían danzar las arenas de los médanos de los alrededores.
Cuando llegó la década del treinta el jefe de familia había sufrido varios quebrantos en su patrimonio. Ante la difícil situación opta por trasladarse con su familia a la ciudad de Bahía Blanca (Provincia de Buenos Aires).
Allí Olga toma contacto con el mar y todo lo que lo rodea y esto también surgirá después en su obra literaria. Pero además se conecta con la italiana Teresa, quien la introducirá en el mundo del ocultismo, el espectro de los enigmas y entre otras cuestiones se convierte en experta del Tarot cuando solo tenía catorce años.


Luego los Gugliotta-Orozco, familia integrada también por Emilio, hermano de Olga, a quien dedica el poema que transcribimos, cambiaron nuevamente de domicilio, recalando esta vez en la Capital Federal de la Argentina, cuya ciudad-puerto los recibió el año 1936.
En esa ciudad Olga se recibió de maestra. Luego al ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires toma contacto con filósofos y escritores de la generación del cuarenta.


Su padre sufre una hemiplegia en 1940 y muere en Buenos Aires el mes de julio del año 1945.
Su primer libro fue publicado el año 1946 bajo el título “Desde Lejos”, siendo una joven aún en proceso de aprendizaje y deslumbramiento.



Aquí están tus recuerdos...

Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.

Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.

-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.

¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?

¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.

Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.



Olga utilizó para firmar sus poemas el apellido materno. Y en el periodismo utilizó varios seudónimos para escribir en diarios y revistas.
Su valiosa obra poética de trascendencia nacional e internacional, fue premiada varias veces, destacándose entre ellos el premio Juan Rulfo, obtenido un año antes de su muerte.
Su prolífica obra ha sido traducida a varios idiomas y distinguida con los siguientes premios:

«Primer Premio Municipal de Poesía»,
«Premio de Honor de la Fundación Argentina» 1971, «Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes», «Premio Esteban
Echeverría», «Gran Premio de Honor» de la SADE, «Premio Nacional de Teatro a Pieza Inédita» en 1972, «Premio Nacional de Poesía» en 1988, «Láurea de Poesía de la Universidad de Turín», «Premio Gabriela Mistral»
otorgado por la OEA, «Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo» 1998.


En los 90 fallece su esposo, el arquitecto Valerio Pelufo, con quien estuvieron unidos durante veinticinco años.
Olga Orozco volvió varias veces a La Pampa los últimos años y pudo rescatar lo que quedaba de su antigua casa paterna. Hoy ha sido convertida en el Museo que lleva su nombre y donde se guardan sus libros, fotos y algunos bienes que le pertenecieron.

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