jueves, 29 de diciembre de 2011

El Bajo de las Palomas


Como hoy es el día del cumpleaños de Oscar García, (músico, cantor y escritor de nuestra pampeanidad) aprovecho para dedicarle estos sentires propios, salidos de su pluma emocionada por los afectos.




“El primer paisaje de mis recuerdos se llama Bajo de las Palomas, por aquel entonces una colonia de chacareros. El Bajo de las Palomas fue otro de los asentamientos que españoles, italianos y algunos portugueses, habían elegido para radicarse y formar sus familias, con la esperanza de vivir de lo que el trabajo en el campo podía brindarles.

Bajo de las Palomas era otro nombre que se sumaba a los de las pequeñas colonias cercanas a la nuestra. La Delfina, Colonia Lagos, El Guanaco, El Destino, guardan sonidos y voces amigas que despiertan viejos afectos. Ubicadas entre la capital pampeana, Santa Rosa y el pueblo de Winifreda, al oeste de la Ruta Nacional 35, se fueron despoblando hasta su extinción para ser sólo un nombre, una referencia geográfica.

Allí se habrán soñado pueblos y futuros que la sequía convirtió en pesadillas.




Centro del encuentro social de chicos y grandes fue la escuelita que dirigía don Marcelino Badillo. Lindaba con el campo de mi abuelo que era el lugar donde vivíamos con mis padres y un solo peón, don Alfredo Espinosa, un viejo amigo de la familia.


A quinientos metros de la tranquera de entrada al campo de mi abuelo estaba la casa. No era muy grande. Una amplia cocina, dos habitaciones, un baño y una habitación más pequeña que se usaba como despensa, donde se guardaban las mercaderías y alimentos.

Separado de la casa, pero a pocos metros, estaba el galpón de chapas donde se guardaba cereal, aperos y un sulky. Casi enfrente, una pequeña herrería con su fragua para trabajar los metales. El molino de viento para extraer el agua y el tanque australiano donde se depositaba el preciado líquido. Los bebederos y los corrales completaban el paisaje que manos laboriosas habían levantado con convicción y trabajo.

A don Espinosa le gustaba dormir al aire libre, bajo las estrellas. Por eso se armaba la cama sobre el techo de la cosechadora. A mí me gustaba ir a hacerle compañía antes de irme a dormir, porque me enseñaba a reconocer la Cruz del Sur y Las Tres Marías, y me contaba historias de Bairoleto bajo el cielo impresionante de La Pampa.

Dicen los que han andado el mundo que en pocos lugares puede verse un cielo como éste. Esto sucedía por las noches, cuando el viento amainaba, y el campo recobraba su paz.

Por aquellos días la sequía era tremenda, las cosechas se perdían y los animales se morían. El viento erosionaba los campos. En pleno mediodía se oscurecía el cielo porque el viento llenaba el aire de arena y polvo. Para poder soportar el polvillo que invadía todo, se colocaban lienzos de arpillera mojados, tapando las aberturas de las viviendas. La decepción y la miseria golpeaban duro y, aunque yo no lo sabía aún, muchos vecinos comenzaban a emigrar. Abandonaban sus propiedades o las malvendían, escapando del azote de la sequía y la miseria.

Los ojos de los chacareros se llenaban de arena y tristeza. Lenta pero inexorablemente el campo se iba raleando. El éxodo había comenzado.”

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NOTA: Fragmento de una de las páginas del exquisito libro de Oscar García, donde relata sus recuerdos de niño, en la casa de campo de los abuelos.

FUENTE: García, Oscar: “La patria del corazón”, Editorial Dunken, Buenos Aires 2008.

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