sábado, 25 de abril de 2009

EL MESTIZAJE

Y LAS TRADICIONES ABORIGENES
Doña Aurelia Peracca nació en Victorica, un 18 de agosto del año 1919. Era una de las hijas del matrimonio formado por María Pral, aborigen y Antonio Peracca un italiano.
Su madre había nacido por la zona de General Acha.

Recuerdo que los Pral tenían su rancho por el barrio de los “turcos” Nicolás Hermanos.
Cuenta doña Aurelia que tanto el padre como la madre de su mamá, eran indígenas, aunque su madre no recordaba mucho de ellos, porque era muy chica cuando quedó huérfana de madre y se separó del padre, quien las entregó a una familia en guarda.

Del matrimonio de Aurelia con Gutiérrez nacieron once hijos. Seis mujeres y cinco varones.
Recuerdo que vivían, en la década del cincuenta en un ranchito, cerca de la casa de los Piccolomino y enfrente de lo de don Santiago Di Fernando, en el antiguo “Barrio Latino” de Victorica.

En un reportaje que le hace la periodista Disi Marchesi para el diario La Reforma de General Pico y publicado el 27 de abril del año 1997, le pregunta: “¿Las tierras que reclaman sus congéneres en otras partes del país, según su opinión, les pertenecen?”

A lo que doña Aurelia que ya tenía setenta y ocho años contesta: “Claro que sí, si ellos fueron los que poblaron esas tierras. Cuando yo fui grande, empezaron a venir conocidos de mi madre y un compadre de ella, que vino de allá, me contaba de todas esas tierras que tenían ellos en el Odre, en Árbol Solo, en las que estaban los Baigorrita, que son muy nombrados en aquel lugar, y no se si se las quitaron o que pasó allí. ¡Que cosa, pobre gente!, les retuvieron sus casas, sus tierras,…!Que cosa!”.

De oficio tejedora

Con su sapiencia, Aurelia transmite oralmente a las jóvenes del Instituto de Bellas Artes de General Pico (La Pampa), la tradición aborígen para hilar y teñir lana de oveja.

La periodista, y el fotógrafo le solicitan a doña Aurelia que pose trabajando en el telar, que tenía instalado en su casa de General Pico y hace este comentario sobre la entrevistada: “Una mujer que se ha dedicado a su casa, a los suyos y a tejer para los suyos, hijos y nietos, porque la venta no da”, “no pagan los tejidos lo que valen, así que los hago para los míos.”

Un oficio ancestral, que ella ha recibido como herencia y mandato de sangre de su madre y de su abuela ranquelina. En el Censo Nacional de Población del año 1895, aparecen entre los aborígenes que están viviendo en Victorica, Yanquín Pral de 40 años, María de Pral de 30 años, Ramona Pral de 20 años, Juan Pral de 14 años y Ángela Pral una niña de 1 año de edad. Además de ellos, el censo registró una Ramona Pral de 17 años que se dice tejedora, una Margarita Pral de 58 años que también declara ser tejedora.

Recuerdo que uno de los Pral trabajaba en la Barraca de Eladio Rodríguez hombreando lienzos de lana, salando cueros, estaqueando. Me gustaba mirarlo cuando subía la escalera con el lienzo sobre la espalda apoyado sobre la cabeza para cargar los camiones y acoplados, que las llevarían al Mercado de Avellaneda. Era petiso, pero tenía tal baquía que jamás se le caía un lienzo, de piernas y brazos cortos, pero de una baquía espectacular para manejar esos enormes lienzos desbordantes de lana sucia.

La periodista la pregunta a doña Aurelia: “¿Su madre fue quien le transmitió los conocimientos sobre las artesanías indígenas?”, ante lo cual ella contesta. “Si, lo que ella sabía lo aprendí yo también, mientras ella trabajaba yo la miraba y así fui aprendiendo. Aprendí a tejer, a hilar, a teñir, todo, todo lo que ella sabía aprendí.”

Y agrega como para justificar la tradición: “Mamá murió muy grande, 90 años o más le calculó el médico, y hasta los 80 más o menos trabajó en el telar.” Casi como ella que iba rumbo también a esa longevidad y continuaba apegada al telar.

La artesanía y sus secretos
Doña Aurelia ovillando lana, casi octogenaria, sus manos aún estaban hábiles para el telar y su cuerpo fuerte para resistir parada frente al mismo tejiendo.

La periodista insiste y quiere saber más sobre las artes del oficio de tejedora: “¿Aún hoy tiñe lanas?” Y doña Aurelia contesta: “Si tiño lanas, hilos y hago medias, guantes, pullóveres, de todo. Es un proceso complicado el que se hace para teñirlas, primero hay que saber elegir la planta de piquillín que tenga las raíces rojas, porque no todas tienen la raíz roja, algunas la tienen blanca o amarillita. Elijo entonces la de raíz roja, le saco toda la corteza de arriba, la pongo en un tacho, la hago hervir y meto la lana hilada bien mojada para que hierva ahí bastante tiempo. El color se puede hacer más o menos oscuro agregándole más raíces, más cáscaras o sacándole.”
Y para ilustrar más a quien la interroga agrega: “Se pueden extraer tinturas de otras plantas, como la jarilla, que tiñe de amarillo, también hay una ligustrina que tiñe verdecito, del ceibo hervido se saca un beige.”

La periodista persiste para profundizar en los conocimientos y saberes de doña Aurelia, que es todo un libro abierto para ella: “¿Qué otra cosa aprendió enraizada con sus antepasados?”
Y Aurelia le tiene una sorpresa más a la periodista, porque responde con toda propiedad: “A tejer en lana y en hilo, a preparar la lana que recibo pura de la oveja. Casualmente hace poco tiempo vinieron de Bellas Artes para ver como hacía yo el proceso con la lana, ahí me di cuenta que ellos hilan toda la lana sucia, en bruto, así no… yo la preparo, la pongo al sol, la abro un poco y le pongo bastante ceniza, la doy vuelta, la tengo por lo menos una semana al sol así con ceniza, a la tardecita la entro para que no se humedezca. Después eso se abre para que salga la grasa…, hay que prepararla, hay que limpiarla.”

“El modo en que hacía las cosas mi madre, de la que he aprendido el proceso yo, es muy diferente a lo que hacen acá. Ella trabajaba mucho, yo aprendí un poco, porque mamá también sabía hacer cojinillos de flecos… pero ella, en esos años compraba las anilinas de piedras que veían antes, de esas ahora no hay más.”

Todavía viven en Victorica alguno de los hijos y nietos de doña Aurelia Peracca, uno de los cuales fue panadero toda la vida, igual que su finadito esposo, que desde los 13 años trabajó en panaderías.

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